Por: Heliodoro Cruz Morán
INTRODUCCIÓN.
Según la Numeralia de
asociaciones religiosas hasta el 6 de febrero de 2014 había en el país 7976
asociaciones religiosas registradas en la Secretaría de Gobernación y 102,517
ministros de culto registrados en la citada Secretaría. De ellas el 99% son
asociaciones cristianas.
Como podemos ver hay muchas
asociaciones religiosas cristianas y todas ellas derivan su fe de la Biblia, y
sin embargo todos piensan diferente, lo cual no es novedad, pues ya desde
tiempos de los apóstoles había diferencias de opinión entre los primeros
cristianos. Ante esta situación bien podríamos aplicar el refrán que dice que
“cada cabeza es un mundo”, o el que utilizo con frecuencia: “siete mil millones
de personas en el mundo: siete mil millones de ideas”; o este otro: “El único
que piensa como yo, soy yo”.
Esto viene a colación por el tema que vamos a desarrollar hoy. Hablando
de la salvación muchos dicen que una persona salva puede perder su salvación,
otros dicen que no. Tanto unos como otros respaldan sus afirmaciones con textos
bíblicos, lo cual no podría ser de otra manera, pues si algo tiene la Biblia es
que es un libro promotor de ideas, si no, nada mas piense cuantas leyes,
cuantas historias, cuantos refranes, cuantas pinturas, cuantas obras humanas y
aun religiones (Católicos, Mormones, Testigos de Jehová y otros grupos son
considerados como religiones que se salen del cristianismo bíblico), han sido
inspiradas en algún texto o pasaje de la
Biblia.
Sobre si una persona salva puede
perderse o no, es una discusión que se originó desde hace ya más de cuatro
siglos entre calvinistas (seguidores de Juan Calvino), quienes dicen que una
persona una vez salva no puede perderse y los arminianos (seguidores de Jacobo
Arminio) quienes dicen que una persona
salva si puede perderse. Pero no vamos hablar de lo que pensó Calvino y
Arminio; vamos a hablar de lo que dice al respecto la Biblia. Hagamos de cuenta
que Calvino y Arminio no existieron que lo único que tenemos es la Biblia.
No dudo que de todos los que lean
este escrito algunos pensarán de una manera y otros de otra, pero eso no
importa; doy gracias a Dios que en nuestro país hay libertad de creencia, por
lo tanto cada quien puede creer lo que mejor convenga a sus intereses
espirituales. Ojalá que nuestras diferencias de opinión no fueran motivo de
desunión sino una motivación para investigar más a fondo lo que creemos.
Para el desarrollo de mi plática
utilizaré en primer lugar algunos versículos del capítulo 6 de evangelio de
Juan. Comenzamos.
JESUCRISTO EL VERDADERO PAN DEL CIELO. VERDADERA COMIDA Y VERDADERA
BEBIDA.
“No tan sólo de pan vivirá el hombre”, dice la Escritura. Por
supuesto que no, aparte de pan necesita otras cosas, pero sin pan no puede
vivir; por eso cuando Jesús vio que la multitud que lo seguía se encontraba
hambrienta, multiplicó cinco panes y dos peces y les dio de comer a cinco mil varones sin contar las mujeres y los niños.
Al mirar como Jesús había
suplido su necesidad, quisieron tomarlo para hacerlo rey. Al saberlo Jesús, se
apartó de ellos.
Al otro día encontraron a
Jesús en la sinagoga en Capernaum hasta donde llegaron buscándolo. El Señor les
dice que solamente lo buscan porque les
dio de comer y se hartaron. Cuando él les dice que no deben trabajar por la
comida que perece sino por la comida que a vida eterna permanece, ellos le
preguntan qué deben hacer para poner en práctica las obras de Dios, él les
contesta que la obra de Dios es que crean en el que Dios ha enviado.
Entre la conversación ellos le dicen que a sus padres, Moisés les dio a comer
pan del cielo. Jesús les dice que Moisés no les dio el pan del cielo, sino que
el Padre da el verdadero pan del cielo.
Jesús declara que “el pan de Dios
es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”. Cuando ellos le dicen
“Señor, danos siempre de este pan”.
El les da esta respuesta:
“Yo soy el pan de vida; el
que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mi cree, no tendrá sed
jamás”. (Jn. 6:35).
“Yo
soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan,
vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por
la vida del mundo”. (Jn. 6:51).
“El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el
día postrero”.
Porque mi carne es verdadera
comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi
sangre, en mi permanece y yo en él.
Como me envió el padre
viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá
por mi. (Cristo vive por el Padre. El que come la carne de Cristo
vivirá por él, porque el que come y bebe la sangre de Cristo, permanece en
Cristo y Cristo permanece en él. Cristo
es eterno, es indestructible, por lo tanto quien tiene a Cristo es también
indestructible. Cuando una persona recibe a Cristo, recibe la vida de Cristo y
esta vida es la que sostiene al creyente para siempre; por eso Cristo dice que
quien cree en él tiene vida eterna, vida sin fin, vida indestructible, interminable;
también dice que quien cree en él aunque esté muerto vivirá y no morirá
eternamente).
“Este es el pan que descendió
del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de
este pan vivirá eternamente.” Jn. 6: 54-58).
¿Quién es el pan de vida?
Jesús es el pan de vida, es el pan vivo que descendió del cielo, es el pan de
Dios, la carne y sangre de Jesús que él dio por la vida del mundo.
PROMESA DE VIDA ETERNA
Las promesas de Cristo para
quien come su carne y bebe su sangre:
“si
alguno comiere de este pan, vivirá para siempre”
“El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.”
“El
que come mi carne y bebe mi sangre, en mi permanece y yo en él.”
“El que me come, el también
vivirá por mi.” (Como los nutrientes que nuestro cuerpo recibe de los
alimentos y nos ayudan a vivir, así también cuando recibimos a Cristo él
permanece en nosotros y de él recibimos vida; Cristo es nuestra vida, y así
como sin alimento material no podemos vivir, sin Cristo tampoco podemos vivir;
de ahí el énfasis de la Escritura de que quien quiera vida eterna, debe
creer en Cristo).
¿Es literal lo que Jesús dice
que debemos comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna? Por supuesto
que no. Jesús siempre usó figuras literarias para proclamar su mensaje. Lo que está diciendo
aquí es que así como es indispensable el alimento material para mantener la
vida física así es indispensable creer en Cristo para tener la seguridad de la
vida eterna. Que debemos creer en la efectividad de su sacrificio expiatorio; que
debemos confiar plenamente en él para ser salvos. (Creer significa fiarse de, apoyarse en, confiar.
Por lo tanto los auténticos creyentes no confían en sus propios méritos para
ser salvos, confían en los méritos de Cristo; se apoyan en Cristo, confían en
Cristo).
Comer la carne y beber la sangre de Jesús
significa creer en él. Así lo declaran los sigs. Vers. del párrafo que estamos
considerando.
“El que en mi cree, no tendrá
sed jamás”.
“Esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que
ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día
postrero.” (Jn. 6:40)
(La voluntad de Dios es que todo el que cree en su Hijo tenga vida
eterna: es su voluntad, es su deseo, y la promesa del Hijo es que en el día
postrero él resucitará a los que creen en él).
“De cierto, de cierto os digo:
EL QUE CREE EN MI, TIENE VIDA ETERNA” (Jn. 6:47).
Leyó usted bien. Jesús dice:
EL QUE CREE EN MI TIENE VIDA ETERNA.
Los que creemos en Cristo ya
tenemos vida eterna. Si usted cree en Cristo, usted ya tiene vida eterna; si yo
creo en Cristo, yo ya tengo vida eterna; desde ahora, no mañana, ni pasado
mañana, ni después de la resurrección, sino desde ahora. Si Cristo lo dice, es
verdad. De él está escrito: “...no hizo pecado,
ni se halló engaño en su boca” (1Pe. 2:22). Jesús no miente, podemos
confiar plenamente en él.
No olvidemos nunca lo que dice Jesús. “EL
QUE CREE EN MI TIENE VIDA ETERNA”.
¿Quiere decir que ya no
moriremos? Quiere decir que aunque muramos tenemos asegurada la resurrección
cuando Cristo venga a raptar a su iglesia para llevarnos a vivir con él.
¿QUIÉNES CREEN EN JESÚS?
Nosotros que creemos en Cristo
tenemos vida eterna, pero, ¿Cómo fue que
llegamos a creer en Cristo?
En este capítulo 6 del
evangelio de Juan leemos que Jesús dice: “pero
hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio
quienes eran los que no creían, y quien le había de entregar.” (Juan 6:64), y
luego sigue diciendo cual es la causa de que algunos crean en él y otros no: “…por eso les he dicho que ninguno puede
venir a mi, si no le fuere dado del Padre.” (Juan 6:65).
El versículo anterior es
la confirmación de Juan 6:44-45 “Ninguno
puede venir a mi, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le
resucitaré en el día postrero”. “Escrito está en los profetas: y serán todos
enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él,
viene a mi.”
Vienen a Jesús y creen en él,
solamente aquellos a quienes el Padre trajo a su Hijo. La respuesta es
terminante y contundente. Ninguno puede realmente creer en Jesús si no le fuere
dado del Padre.
Los que creemos, oímos al Padre, aprendimos
de él y vinimos a Jesús. El padre nos trajo a su Hijo; si no hubiera sido así,
aun estaríamos perdidos en nuestros delitos y pecados rumbo al infierno, pero Dios tuvo misericordia
de nosotros y nos atrajo hacia el pan de vida y nos dio fe para creer en su
hijo Jesucristo. Por esa fe tenemos la seguridad de la vida eterna y la promesa
de ser resucitados en el día postrero, pues esa es la voluntad del Padre, que todos los que creen
en Jesús, tengan vida eterna y sean resucitados en el día postrero. “Y esta es la voluntad del que me ha
enviado: que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo
le resucitaré en el día postrero.” (Jn. 6:40).
Sólo
quien cree en Cristo tiene vida eterna. Si alguien no cree en Cristo es porque
el Padre no le a traído a él. Y si no
cree en Cristo no tiene vida eterna. Aunque nos parezca chocante debemos aceptar que es Dios quien decide a
quien traer a Cristo para que crea en él y sea salvo. Hoy ya estamos en Cristo, pero fue El Padre
quien decidió el momento, el lugar, la hora y la circunstancia para traernos a
su Hijo Jesucristo. Dios puso hambre de Cristo en nuestro corazón. Antes de que
Dios nos atrajera a su Hijo nuestra actitud hacía él era de rechazo, de
desprecio y de incredulidad; aun blasfemamos el nombre de Dios y todas las
cosas santas, pero, llegó el momento cuando Dios empezó a provocar
circunstancias y situaciones para llamar nuestra atención con el fin de
atraernos a sus brazos amorosos. Creó en nosotros la necesidad de él hasta que
descubrimos que sin él no podemos vivir.
¿Por qué me atrajo a mí para creer en su
Hijo Jesucristo y no aquel otro a quien sus vicios lo llevaron a encontrar una
muerte prematura? Porque él dice: “Tendré
misericordia del que yo tenga misericordia y me compadeceré del que yo me
compadezca. Así que no depende del que quiere ni del que corre, si no de Dios
que tiene misericordia…De manera que de
quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Ro.
9:15-16 y 18).
Nosotros que hemos creído en Cristo debemos
tener una actitud de agradecimiento hacia Dios por haber tenido misericordia de
nosotros y habernos traído a su Hijo Jesucristo y habernos dado el creer en él.
Juan el bautista dijo: “No puede el hombre recibir nada si no le
fuere dado del cielo.” (Jn. 3:27), y Santiago también dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto
desciende de lo alto del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni
sombra de variación.” (Stg.1:17).
Si hoy creemos en Jesucristo es porque el
Padre nos lo ha concedido, pues todo viene de él. Si alguien no cree en Cristo
es porque el Padre no se lo ha concedido.
En Juan 5:28 y 29, Jesucristo
dice: “No os maravilléis de esto; porque
vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que
hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo
malo, a resurrección de condenación.”
Jesús anuncia resurrección
de vida y resurrección de condenación. Al final de los tiempos habrá
irremediablemente perdidos e irremediablemente salvos.
¿Quiénes serán los
irremediablemente perdidos? No hay duda que serán aquellos que no fueron
traídos por Dios para creer en su Hijo Jesucristo. ¿Quiénes serán los
irremediablemente salvos? Aquellos que fueron traídos por Dios para creer en su
Hijo Jesucristo, pues es a ellos a quienes se les promete resurrección y vida
eterna.
“Le
dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi, aunque esté
muerto vivirá.
Y todo aquel que vive y cree
en mi no morirá eternamente.” (Jn. 11:25-26).
“Porque de tal manera amó Dios
al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn. 3:16).
“El que en él cree, no es
condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porqué no ha creído en el
nombre del unigénito Hijo de Dios.” (Jn. 3:18).
Tome nota de esto: “El que en el cree, no es condenado; pero
el que no cree, ya ha sido condenado”, digámoslo de otra manera: el que
cree en Jesús desde ahora ya tiene la vida eterna; el que no cree en él ya está
condenado desde ahora. En su primera carta Juan dice: “El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no
tiene la vida.” (1 Jn. 5:12). Por lo tanto, quien tiene al Hijo tiene la
vida eterna desde ahora; quien no tiene al Hijo, tiene la condenación eterna
desde ahora.
Dios nos dice que si creemos en Cristo
tenemos vida eterna. La palabra eterna significa sin fin, por lo tanto usted y
yo tenemos vida sin fin.
LAS OVEJAS DE JESÚS ESTAN SEGURAS EN LAS MANOS DEL PADRE Y DEL HIJO.
Vamos a revisar otro pasaje del evangelio de
Juan en donde Jesús reafirma que aquellos que creen en él tienen segura su
salvación:
En esta ocasión, Jesús se
encontraba en Jerusalén. Era invierno. Se celebraba la fiesta de la dedicación
y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le dijeron:
“¿Hasta cuando nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo
abiertamente.”(Jn. 10:24).
“Jesús les respondió: os lo he
dicho y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan
testimonio de mi; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas, como os
he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy
vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la
mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos.”(Jn. 10:24-30).
Las ovejas de Jesús lo conocen
y lo siguen (El las llama por su nombre, ellas oyen su voz; él saca a las
propias y lo siguen, pues sus ovejas no siguen a los extraños y el no saca a
otras ovejas, solamente saca a las suyas, a las ovejas que el Padre le dio. Jn. 10:3-5 y 29).
A esas ovejas que el Padre le dio, Jesús les
da vida eterna, él murió por ellas para que por su muerte las ovejas tuvieran
vida, porque: “el buen pastor su vida da
por las ovejas”. A esas ovejas Jesús va a resucitar en el día postrero, a
esas ovejas nadie las arrebatará de su mano, de esas ovejas no perderá ninguna,
si perdiera una de ellas, no podría llamarse a si mismo el buen pastor y no
podría decir que ha cumplido la voluntad del Padre. Jesús está comprometido con
su palabra. Y solo cumpliéndola se cumplirá lo que Isaías y Pedro escriben de
él: “Nunca hizo él maldad ni se halló
engaño en su boca”.
Las ovejas de Jesús no
perecerán jamás porque él lo asegura.
Como podemos ver, los
creyentes estamos seguros en las manos del Padre y de Jesús nuestro Señor. Si
alguien o algo pudieran arrebatarnos de las manos de Dios y del Hijo, eso
indicaría que hay alguien o algo más poderoso que ellos.
Jesús dice: “mis ovejas…no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi
mano.”
Ya leímos en Juan 6: 40: “Y esta es la voluntad del que me ha
enviado: que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna y yo le
resucitaré en el día postrero.”
Si tan sólo una de las
ovejas que el Padre le dio al Hijo se perdiera, Jesús no habría cumplido la
voluntad del Padre y eso sería una desobediencia y quebrantaría lo que él mismo
dijo: “…yo hago siempre lo que le
agrada.” (Jn.8:29); y no se cumpliría la palabra que dice que él es el
salvador, pues habría perdido una oveja.
Creer que se puede perder alguien que ha sido
traído por el Padre al Hijo para ser salvo, nos coloca en el lado de los
incrédulos. Creer que una de sus ovejas se puede perder es, dudar de la Palabra
de Jesús.
La Biblia dice que si creemos en Jesús tenemos
vida eterna. Vida eterna es vida para siempre, sin fin. Si por creer en Cristo
tengo vida eterna hoy, y mañana o pasado mañana la pierdo, eso sólo indicaría una
cosa: que hoy no tengo vida eterna, porque si fuera eterna, no la perdería.
Dios es fiel a sus promesas. A quien le ha
dado vida eterna, le ha dado vida eterna, y no puede perder esa vida eterna. Si
Dios me diera vida eterna hoy, y mañana me la quitara iría en contra de lo que
dice en su palabra: “Porque irrevocables
son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro. 11:29). Si Dios me diera vida
eterna hoy y mañana me la quita, significaría que está revocando su don.
Significaría que Dios se está arrepintiendo de darme vida eterna, y eso sería
una contradicción a lo que dice su Palabra de que él no es hombre para que
mienta ni hijo de hombre para que se arrepienta
Si Dios quisiera
condenarme, no habría razón para darme vida eterna hoy, y quitármela mañana,
simplemente no me traería a Jesús.
Y si acaso llegara a perecer alguno que dice
que es oveja de Jesús, eso probaría que no es oveja de Jesús, pues de sus
ovejas dice que “No perecerán jamás”. Las
ovejas de Jesús no perecerán jamás. Habrá algunos que perecerán pero las ovejas
de Jesús no perecerán jamás. Si alguien
de los que se dicen ser cristianos perece, eso significará que no es oveja de
Jesús. La vida de las ovejas está doblemente segura pues se encuentra en las
manos del Padre y del Hijo. Jesús dice, refiriéndose a sus ovejas: “Nadie
las arrebatará de mi mano”. Luego dice: “Nadie las arrebatará de la mano de mi Padre” Jesús dice del Padre
lo siguiente: “Mi Padre que me las dio
es mayor que todos”. Nadie tiene mayor poder que Dios. Si estás en las manos de Dios, ¿Quién será el
que te pueda arrebatar de esas manos?
Alguien que cree que una persona salva puede
perder su salvación me dijo un día: “Nadie te puede arrebatar de las manos de
Dios, pero tú si puedes soltarte de sus manos y perderte”. Mi argumento en
contra fue este: Si Jesús es el buen pastor ¿dejará que una de sus ovejas se
vaya y se pierda sin hacer nada para rescatarla? Si Jesús dejara que una sola
de sus ovejas se alejara de el y se perdiera sin hacer nada por traerla de
nuevo al redil, significaría que él no es el buen pastor que dice ser, pues una
de sus ovejas se habría perdido; significaría que no es capaz de cumplir la
voluntad de su Padre. Jesús mismo dice: “Y
esta es la voluntad del que me envió, del Padre: Que todo lo que me diere, no
pierda de ello, sino que lo resucite en el día postrero.” (Jn. 6:39). Si
alguien se aleja de Jesús y se pierde eso quiere decir que tal persona no fue
traída por el Padre, por lo tanto no es oveja de Jesús; Jesús no la conoce,
no la llama por su nombre ni le da vida
eterna, por lo tanto perecerá. Sólo las ovejas de Jesús no perecerán.
Si una sola oveja de Jesús se pierde, el
plan de redención no se habrá realizado ni se habrá realizado la voluntad
del Padre puesto que el quiere que todos los que creen en Jesús sean resucitados
en el día postrero.
¿Puedes creer esto? “Si puedes creer, al que cree todo es
posible” (Mr. 9:23). La salvación es un don, se recibe por fe. Si crees que
eres salvo, entonces eres salvo. Si crees que puedes perder tu salvación, estás
dudando del poder y de la obra de Jesucristo. Estás dudando de lo que dice la
Escritura: “por lo cual puede también
salvar perpetuamente a los que por el se acercan a Dios, viviendo siempre para
interceder por ellos” (He. 7:25). Nuestra salvación por Cristo es perpetua,
pues el vive siempre intercediendo por nosotros. Cristo ya no muere; su
intercesión por ti y por mi es para siempre. No olvidemos tampoco que con su
sacrificio pagó totalmente el costo de nuestra salvación. La deuda contraída
por nosotros ante Dios, quedó totalmente saldada con la sangre de nuestro
Salvador Jesucristo.
PREDESTINADOS PARA SER ADOPTADOS COMO HIJOS DESDE ANTES DE LA FUNDACIÓN
DEL MUNDO.
“Y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces el rey dirá a los de su derecha:
Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde
la fundación del mundo” (Mt. 25:33-34).
Hay un reino preparado para las ovejas de
Jesús desde la fundación del mundo. Desde la fundación del mundo Dios tuvo en
mente un reino, y él ya conocía las ovejas que iban a estar en ese reino. Ya
conocía a las ovejas porque él las predestinó para entrar a ese reino.
El reino de los cielos es para quien a Dios
le place darlo: “No temáis manada
pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lc.12:32).
Según lo que dice San Pablo,
Dios hace una selección previa de quienes serán herederos del reino. Dios elige
a quienes van entrar a ese reino:
“Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió
en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin
mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados
hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su
voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la cual nos hizo aceptos
en el amado…(Ef. 1:3-6).
En
estos cuatro versículos el apóstol Pablo enumera varias bendiciones de parte de
Dios que el creyente ha recibido en Cristo.
1. Nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en
Cristo.
Los creyentes tenemos nuestra vivienda en los
cielos, según lo que Pablo dice a los filipenses: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos
al salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20). Ya tenemos nuestra vivienda
asignada, tomaremos posesión de ella a su debido tiempo.
2. (El Padre) nos escogió en él (en Cristo) antes de la fundación del
mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él.
En el pensamiento de Pablo, los creyentes
fuimos escogidos por Dios en Cristo antes de la fundación del mundo para vivir
en santidad y sin mancha delante de él.
3. Nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de
Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.
Todos los creyentes en Cristo somos
adoptados como hijos de Dios por nuestro Señor Jesucristo. Pablo les dice a los
Gálatas: “pues todos sois hijos de Dios
por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26).
San Juan lo dice de esta
manera: “Mas a todos los que lo
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios” (Juan 1:12). “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de
Dios; “(I Jn. 5:1ª)
Somos hijos de Dios por la
fe en Cristo Jesús. Creemos en Cristo Jesús porque fuimos traídos a él por el
Padre. Fuimos traídos por el Padre porque ya estábamos predestinados para
ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo. Todo esto lo hizo Dios según
el puro afecto de su voluntad, es decir, la decisión de traernos a él por medio
de Jesucristo fue totalmente suya. No había en nosotros nada que moviera a Dios
a fin de que nos adoptara como hijos, ningún mérito de nuestra parte. Nos
eligió para ser salvos por su pura gracia, por su pura misericordia: “nos salvó no por obras de justicia que
nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el
Espíritu Santo, el cual derramó abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador,
para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a
la promesa de la vida eterna.”(Tito 3:5-7).
4. Nos hizo aceptos en el amado.
No había mérito alguno en
ninguno de nosotros para ser adoptados como hijos de Dios. Dios nos aceptó como
hijos porque creímos en su amado Hijo Jesús; y creímos en su Hijo porque él nos
dio la habilidad para creer y creímos porque ya nos había predestinado para
ello, según podemos leer en el libro de Hechos: “Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra
del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hechos
13:48). “creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna”.
“creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna”. “creyeron
todos los que estaban ordenados para vida eterna”. Nadie más, sólo creyeron los que estaban ordenados para vida
eterna.
EN EL PLAN DIVINO DESDE LA ETERNIDAD
Hay un texto en la carta a los
Romanos que dice: “Porque a los que
antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a
los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también
justificó; y a los que justificó a estos también glorificó”
(Romanos 8:29-30).
(Predestinar:
proorizo, del griego pro que significa por anticipado y orizo que
significa determinar, es decir: determinar por anticipado; también: ordenar por adelantado).
En el texto anterior vemos que los salvos
están incluidos en el plan de redención desde la eternidad (Fueron ordenados
por adelantado). Los cuales ante los ojos de Dios aparecen ya como glorificados
en su estado final dentro del plan de
redención. Para Dios la película de la redención ya está concluida. En su omnisciencia él ya conoce el final.
Nosotros apenas vamos desarrollando la trama, Dios ya sabe quienes son los salvos
y quienes son los perdidos. El ya sabe quienes estarán eternamente con él y
quienes estarán eternamente en el infierno. Estarán con él los predestinados
que fueron llamados, justificados y glorificados, aquellos a quienes Jesús
llama “mis ovejas”, de quienes dice
que “no perecerán jamás”, las cuales
nadie arrebatará de sus manos.
Esta idea está desarrollada en varias partes
de los escritos de Pablo, por ejemplo: en Efesios 1:4, Pablo dice que los
creyentes fuimos escogidos en Cristo
desde antes de la fundación del mundo.
A Timoteo le dice que Dios: “quien nos salvó y llamó con llamamiento
santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la
gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”
(2 Ti. 1:9).
A los Romanos les dice: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención
que es en Cristo Jesús” (Ro.3:24).
Refiriéndose a la glorificación San Pablo
dice: “Bendito sea el Dios y padre de
nuestro señor Jesucristo que nos bendijo con toda bendición espiritual en
los lugares celestiales en Cristo”(Efesios 1:3). “…nos dio vida juntamente
con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con el nos resucitó, y
asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef.
2:5-6).
En el pensamiento de San
Pablo el creyente en Cristo ya se encuentra glorificado , aunque aun desarrolla
su vida sobre esta tierra, ya el reino de los cielos le pertenece, aunque aun
no disfruta de ella ya es dueño de su herencia celestial. Aun sufre penalidades
y carencias y tentaciones y luchas y fracasos pero ya es un ciudadano del reino
de los cielos, virtualmente ya se encuentra en él. Por eso cantamos
Aunque en esta vida
No tenga riquezas.
Se que allá en la gloria
Tengo mi mansión.
¿Por qué estamos tan seguros?
Porque lo asegura Cristo: “Y si me fuere
y os preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mi mismo, para que donde yo
estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).
Jesús no miente y él
promete regresar por los suyos para que estén donde él está, incluso esa fue la
petición que le hizo al Padre el día que fue arrestado: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también
ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has
amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24). En Juan 17 Jesús
ruega por sus apóstoles pero también por aquellos que han de creer en él por la
palabra de ellos. En aquella memorable oración Jesús también rogó por nosotros
que hemos creído en él en estos últimos tiempos (Juan 17:20).
El plan de la redención sigue este orden:
Predestinación, llamamiento, justificación y glorificación. Si somos
predestinados, entonces somos llamados, luego somos justificados y, al final,
glorificados, y todo por la pura gracia de Dios.
CIUDADANOS DEL CIELO VIVIENDO EN LA TIERRA
Hemos sido predestinados,
llamados, justificados y glorificados
pero aun nos encontramos en la tierra.
“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque nos son
del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te ruego que los quites del mundo,
sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”
(Jn. 17:14-16).
Estamos en este mundo pero no
pertenecemos a este mundo. Hay un lugar
preparado en el cielo para el rebaño de
Jesús, al cual a su debido tiempo arribaremos.
En tiempos bíblicos algunos meses después de
concertado el matrimonio, el novio venía con sus familiares a la casa de la
novia y en medio de cantos y regocijo de
los familiares y amigos regresaba a su casa, ya llevando a su novia, en donde
se celebraría la fiesta de bodas. Sucederá lo mismo cuando Cristo regrese por
su iglesia. Cuando vino hace dos mil años pagó el precio para rescatar a sus
ovejas perdidas, las cuales constituyen su iglesia llamada en sentido
metafórico la novia del cordero.
Después de que Cristo venga
por su iglesia las puertas se cerrarán ya nadie podrá entrar. La novia estará
ya con el novio. Se habrá acabado la era de la gracia. El juicio final vendrá
para toda la humanidad pero la iglesia ya estará disfrutando de la presencia de
su señor…
Pero mientras suceden esos
eventos la iglesia debe vivir pendiente
de la venida de su Señor, con la fe puesta en el salvador y viviendo
santamente. Haciendo lo que le agrada a Nuestro Dios. Dios ha preparado todo
para qué sus ovejas entren a la patria celestial, a pesar de los contratiempos Mientras peregrinamos en este mundo, contamos
con la intercesión de Cristo en el cielo y la intercesión del Espíritu Santo
desde la tierra.
Cuando Cristo ascendió al
cielo dejó una promesa a sus discípulos:
“y yo rogaré al Padre, y os dará otro consolador para que esté con
vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede
recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora
con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16-17).
Los cristianos no estamos solos ni
desamparados en ningún momento. La promesa es que el Espíritu Santo estará con
los creyentes para siempre, guiándonos, consolándonos, acompañándonos en
nuestro peregrinar diario, y no sólo
como un acompañante externo, sino interno, pues: “estará en vosotros”.
Parakletos, traducido como
consolador, “sig. Literalmente: llamado al lado de uno, en ayuda de uno. Alguien que denota un asistente
legal, un defensor, un abogado; el que aboga por la causa de otro, un
intercesor y en su sentido más amplio, sig. Uno que socorre, que consuela”.
El Espíritu Santo está en la
iglesia pero también está en cada creyente, dentro de él. Es otro consolador de
la misma clase de Jesús que junto con éste trabajan para el beneficio de los
creyentes. San Pablo menciona a ambos como intercesores. Del Espíritu Santo,
dice: “Y de igual manera el Espíritu nos
ayuda en nuestra debilidad; pues que hemos de pedir como conviene, no lo
sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles” (Ro. 8:26). De Cristo, el apóstol, afirma: “…puede también salvar perpetuamente a los
que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”
(He. 7:25).
San Juan dice que si algún
creyente peca, tenemos un abogado (1 Juan 2:1)
San Pablo fundamenta la seguridad de la
salvación eterna del creyente precisamente en la labor intercesora de Cristo,
mencionando como hechos fundamentales para la seguridad de nuestra salvación,
la muerte y resurrección de nuestro Salvador.
“¿Quién acusará a los escogidos
de Dios? Dios es el que justifica ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que
murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de
Dios, el que también intercede por nosotros” (Ro.8:33-34).
Según estos versículos nuestra salvación
está asegurada para siempre, pues no hay acusación válida en contra de los
escogidos de Dios, y no la hay porque Dios ya nos justificó y por lo tanto,
tenemos paz: “Justificados pues por la
fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro.5:1). Somos
justificados porque Cristo murió y resucitó. Tampoco hay condenación pues
Cristo murió para limpiarnos de todos nuestros pecados, y para los que están
en Cristo ya no hay condenación: “Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los
cuales no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Ro. 8:1).
Aquí nuevamente repito: Las
ovejas de Jesús están seguras en sus manos.
Las ovejas de Jesús fueron
elegidas para salvación desde la fundación del mundo. Los elegidos no se pueden
perder porque Cristo es el mediador y murió para que los elegidos reciban la
promesa de la herencia eterna. Así lo dice San Pablo en Hebreos 9:15. “Así que, por eso es mediador de un nuevo
pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que
había bajo el primer pacto, los
llamados reciban la promesa de la vida eterna”. Los llamados son
herederos de la vida eterna porque Cristo ya pagó por sus transgresiones, y los
libró de la muerte; por eso Pablo puede decir: “Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas
gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (1 Co. 15:55-57).
(El pecado se fortalece en la
ley; el pecado produce muerte. Si hay ley, hay pecado; si hay pecado hay
muerte. Si ya no hay ley, ya no hay pecado; si no hay pecado ya no hay muerte. Con
su muerte, Cristo abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas
(Efesios 2:15). Anuló el acta que nos era contraria. “Anulando el acta de los decretos que nos era contraria, quitándola de
en medio y clavándola en la cruz” (Col.2:14). Cristo abrogó la ley que nos
condenaba: “Queda pues abrogado el
mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (Hebreos 7:18-19ª). Al ser abrogada la ley, el
pecado ya no tiene poder; si el pecado ya no tiene poder, la muerte ya no tiene
aguijón, y el sepulcro ya no tiene victoria. Cristo como cabeza de la iglesia
derrotó a la muerte, derrotó al sepulcro. De la misma manera que Cristo
resucitó y se levantó del sepulcro, sus seguidores, sus ovejas, a los cual el
predestinó, llamó, justificó y glorifico, también resucitarán y se levantarán
del sepulcro cuando Cristo venga por segunda vez. Las gracias sean dadas a
Dios, pues es él quien nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo). Leer Ro. 8:2; Gá. 3:13; Ro. 8:37-39). La victoria del creyente
depende de la obra de Cristo: de su sacrificio por el pecado, de su
resurrección para nuestra justificación (Ro.4:25) y de su intercesión eterna a
favor de sus ovejas. (Ro. 8:34 y He.7:25).
¿SI YA NO PIERDO MI SALVACIÓN ENTONCES PUEDO VIVIR COMO QUIERA?
Alguien, me dice: “Si soy salvo, puedo seguir pecando al fin que ya no puedo
perder mi salvación; además como Cristo es mi abogado, peco, le confieso mi
pecado y sigo pecando”. Otro más
explícito me dice: “puedo adulterar, robar, matar, fornicar, al fin que ya no
puedo perder mi salvación”.
Cuando oigo estos argumentos les digo: Si tú
te dices salvo y consideras que como no puedes perder tu salvación puedes
seguir pecando, pueden estar pasando estas tres cosas 1. No eres salvo. 2. no
conoces la Escritura. 3. eres un rebelde.
Y les paso a explicar lo siguiente.
Una persona que no es salva, comete toda
clase de pecados sin ningún remordimiento. No existe en su mente conciencia de
pecado. Esta muerto en delitos y pecados. Actúa motivado por sus apetitos
naturales. Actúa obedeciendo a su naturaleza carnal. No teme a Dios ni teme a
hombre, es insensible a los llamados de su conciencia y se hunde más y más en
el pecado: “Tienen los ojos llenos de
adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el
corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición” (2 Pe. 2:14).
San Pablo dice que tales
personas están cegadas: “Pero si nuestro
evangelio está aun encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los
cuales el Dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que
no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la
imagen de Dios” (2 Co.4:3-4).
San Pedro dice que para los creyentes, Jesucristo
es una piedra escogida, preciosa, pero para los que no creen:
“Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la
palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados”
(1 Pedro 2:7-8). (En este versículo encontramos que los que no creen en Cristo
fueron destinados para ello, para no creer, mientras que los creyentes fuimos
destinados para creer)
Los creyentes que no conocen la Escritura no saben
que el Señor dice: “Pero el fundamento
de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos;
y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Ti.
2:19).
Dos cosas importantes nos dice este texto.
1. El Señor conoce a los que son suyos.
Nadie puede engañar al Señor, el sabe perfectamente quienes son sus ovejas. Tan
bien las conoce que las llama por su nombre y las ha sellado con su Espíritu.
Si, sus ovejas están selladas con el Espíritu Santo. “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”. (Gá. 3:26)
Y por cuanto sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama ¡Abba, Padre! Así que
ya no eres esclavo, sino hijo, y si hijo, también heredero de Dios por medio de
Cristo.(Ga.4:4 y 7).)
Dios realmente sabe quienes
son suyos. El no ignora quienes son las ovejas y quienes son los cabritos, él
nos tiene bien ubicados a todos. Dios es Omnisciente.
2. Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Un
verdadero seguidor de Cristo sabe que el pecado fue la causa por la que El
Señor Jesús fue crucificado y sabe que ya no debe seguir pecando. Lo sabe
porque conoce la Escritura. Lo sabe porque el Espíritu Santo que mora en él le
revela que no debe seguir pecando. Si un verdadero cristiano se descuida y cae
en pecado, no se queda allí, retorna inmediatamente a su Señor, confiesa su
pecado y vive con más cuidado para no caer. Y si acaso persiste en pecar
desobedeciendo la Palabra de Dios y no escuchando al Espíritu Santo, Dios
empieza aplicar la debida disciplina: “Porque
el Señor al que ama, disciplina y azota a todo el que recibe por hijo” (He.
12:6).
Está más que claro, El Señor
no disciplina ni azota a los cabritos, él disciplina y azota a sus hijos. Dos
son las razones por lo que lo hace: para
que participemos de su santidad (He. 12:10) y para que no seamos condenados con el mundo (1 Co. 11:32). Estamos
en el mundo pero no somos del mundo. Los hijos de Dios, si pecan, son
castigados por el Señor y quizá perezcan físicamente en el mundo, pero jamás
serán condenados con el mundo.
Como podemos ver, un verdadero hijo de Dios no
podrá vivir como quiera, ni el Señor lo va a dejar que viva como quiera. Si un
verdadero hijo de Dios vive en el pecado, El Señor lo va a disciplinar hasta
que entienda que fue predestinado para ser conformado a la imagen de su Hijo y
para que participemos de su santidad. Un verdadero hijo de Dios no se sentirá a
gusto viviendo en pecado continuo; por debilidad podría caer en pecado pero no
permanece en el. “Todo aquel que es
nacido de Dios, no practica el pecado, porque
la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de
Dios” (1 Jn.3:9).
La vida en pecado continuo de
alguien que se dice ser hijo de Dios, indicaría que no es hijo de Dios, Juan lo
dice así: “El que practica el pecado es
del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el
Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Jn. 3:8). El pecado es la característica principal
de los hijos del diablo. La característica principal de los hijos de Dios, es
la santidad, pues Cristo ha deshecho el poder del pecado en la vida del
creyente. No hay excusa para que un hijo de Dios viva continuamente en el pecado.
Si alguien vive continuamente pecando, no es hijo de Dios.
DIOS PRESERVA LA SALVACIÓN DEL CREYENTE.
La salvación de los creyentes
es una obra totalmente divina de principio a fin. Dios es quien tiene el
control de nuestra vida aun antes de que creamos en su Hijo Jesucristo. Dios
sabe que ningún ser humano es capaz de realizar una obra lo suficientemente
buena como para merecer la salvación. Cristo se encarnó Para morir en lugar del creyente
y así salvarlo. Una vez salvo por la fe en Cristo, Dios se encarga de preservar
la salvación del creyente. Se encarga también de obrar toda obra buena a través
de los creyentes. Toda obra buena que hace un creyente es en realidad, obra de
Dios. Aun los creyentes no tienen la capacidad de hacer obras buenas que
agraden cien por ciento a Dios. Isaías. Escribió: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias
como trapo de inmundicia;” (Isa.64:6). La obra del hombre siempre será
deficiente. Sólo la obra de Dios es perfecta; Y para quedar Dios satisfecho con
nuestras obras, es él mismo quien hace las obras a través de nosotros, como el
mismo hacía las obras a través de Cristo.
“¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mi? Las palabras que yo os
hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mi,
el hace las obras” (Jn. 14:10).
(Algunos versículos más adelante confirman
esto).
Es el quien preserva nuestra
salvación (se citan versículos más adelante).
Dios es quien desde la
eternidad decide proveer un medio para salvar al pecador. “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir…con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya
destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los
postreros tiempos por amor de vosotros,” (1 Pe. 1:20).
Él es quien determina a quien traer a Cristo
para que sea salvo. “Ninguno puede
venir a mi, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en
el día postrero” (Jn. 6:44)”.
Es él quien obra en nosotros
toda acción santa. “Y el Dios de paz que
resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran Pastor de las
ovejas, por la sangre del pacto eterno os haga aptos en toda obra buena para
que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros, lo que es agradable delante
de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos.
Amén” (He. 13:20-21).
“Porque
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer; por su
buena voluntad” (Fil. 2:13).
“Es el quien nos lleva paso a
paso hasta alcanzar la meta. Dios desea mi salvación y el proporciona el medio
para salvarme. Dios desea que yo conozca a Jesucristo y él me atrae a él. Dios
desea que yo sea santo, y es él quien me santifica. El desea que yo llegue
hasta el final de mi carrera, y el me lleva hasta el final de ella. El preserva
mi salvación. Veamos lo que sobre esto
pensaba San Pablo: “…yo se a quien he creído,
y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día
(2 Ti. 1:12).
“Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su
reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén
“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo
vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida
de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:23).
“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mi, y yo en
él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mi nada podéis hacer”
(Jn. 15:5).
CONCLUSIÓN.
La salvación no se obtiene por
buenas obras. Es un regalo de Dios para aquellos a quienes determinó de
antemano. Es el quien preserva nuestra salvación. El obra a través de nosotros
toda obra buena. Para el ser humano la salvación es imposible, pero para Dios
nada hay imposible. “Sólo Cristo Salva”, es el slogan que escuchamos entre el
pueblo cristiano. La Biblia lo confirma al decir: “En ningún otro hay
salvación”.
En el asunto de la salvación
del creyente Dios es el campeón. Todo el mérito es de él. El éxito es de él. La
salvación del creyente es una obra totalmente divina desde el principio hasta
el fin.
¿Quién podrá detener a Dios si él determina
hacer algo?
“Nuestro Dios está en los cielos: todo lo que quiso ha hecho”
(Salmo 115:3).
Que anuncio lo porvenir desde el principio, y desde la antigüedad lo
que aun no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que
quiero” (Isa. 46:10).
Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él
hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la
tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Daniel
4:35).
Pero si él determina una cosa, ¿Quién lo hará cambiar? Su
alma deseó e hizo. Él pues acabará lo que ha determinado de mi; y muchas
cosas como estas hay en él” (Job.23:13-14).
“…Mi consejo permanecerá y haré todo lo que quiero; que llamo
desde el oriente al ave, y de tierra lejana al varón de mi consejo. Yo hablé, y
lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré” (Isa. 46:10b-11).
Si Dios ha determinado
salvarte, él lo hará, se oponga quien se oponga.
Por supuesto que este tema no
queda agotado con todo lo dicho aquí. Hay muchas otras cosas que decir al
respecto; Si Dios lo permite meditaremos en ellas en otra ocasión.